quinta-feira, 29 de março de 2012

Donde nos encontramos?




JULIO LOIS, paz y bien

Dónde nos encontramos hoy? ¿En Galilea, o en Jerusalén? Hace ya tiempo que se han ido frenando en la Iglesia las ansias de soñar, de esperar lo nuevo, de enamorarse de ideales y utopías. Estamos en la Iglesia de los realistas, de los burócratas y buenos gestores. La palabra "profecía" se pronuncia en tono menor. Ante la palabra "carisma" se suscitan recelos o sonrisas irónicas. ¡Ay, qué lejos queda ya Pentecostés! Aquel Pentecostés que se soñó acontecimiento permanente.

La Iglesia está sujeta, bien sujeta. No es el tiempo de las iniciativas, de la creatividad, de la espera gozosa de lo nuevo. Por doquier surgen "prohibido el paso", "no al...". El arte, la teología, la liturgia, el pensamiento se han vuelto cansinos, repetitivos, acostumbrados. Es como si el "revival" del gregoriano o de las liturgias imperiales, o de los discursos grandilocuentes, fuera ya nuestra única salida.

Se cree en exceso en el poder transformador de la tradición. ¿Nueva evangelización o revival? ¡Qué bien se sienten en esta atmósfera los tradicionalistas de siempre! Pero hay una generación que fue muy soñadora y se siente hoy demasiado castigada y relegada. Es como si le estuvieran demostrando por activa y por pasiva que todo fue una equivocación. "¿Socialistas? Ahí tenéis el socialismo" "¿apertura, diálogo? Ahí tenéis las defecciones, las salidas", "¿liturgias creativas? ahí tenéis a las masas buscando respuesta a sus ansias religiosas en las sectas", "¿teología de la liberación, teología moderna, ahí tenéis a los Boff, Küng, Schillebeckx, en los márgenes o fuera casi de la Iglesia".

La generación que soñaba con la teología de la liberación, o con una teología más dialogante con nuestra cultura, quienes se entusiasmaban ante la lectura histórica del Evangelio, los que veían en la inserción con los más pobres, en las luchas solidarias por los últimos de la tierra, la gran aplicación del Evangelio para hoy, se ven destinados a envejecer sin contemplar la tierra de sus sueños.

Mujeres y hombres de Iglesia que hoy hablan más bajo. No quieren causar conflictos. Saben que no será convocados para nada importante a nivel oficial, que no se confía en ellos y ellas. En este tiempo de desierto, en esta noche oscura, están descubriendo con más pureza a su Dios. Oran, sufren, callan, esperan. También gozan, porque han descubierto la alegría de lo pequeño, el gozo de la humildad, la fecundidad del olvido oficial. Y son muchas, muchos más de los que cabría esperar. Desean un cambio profundo en la Iglesia. Dudan de que vaya a llegar pronto. Se contentan con la política de los pequeños pasos. Su fe es hoy más sólida. Creen a pesar de todo.

            Jesús no era un hombre de centro, sino del margen, de la frontera. Cuando llegó a su madurez vital abandonó con total radicalidad su status profesional, su oficio, su casa, y se convirtió en un rabino o profeta itinerante. Sin ningún tipo de mandato oficial, sin ningún aval de autoridad, proclamó la llegada inminente del Reino de Dios y pidió a todos una urgente conversión, es decir, un cambio radical en la forma de vivir y de pensar. Hablaba de Dios de tal manera que los teólogos oficiales lo acusaban de blasfemo. A las prohibiciones del Antiguo Testamento respondió con aserciones alternativas "pero yo os digo". Su madre María expresó muy bien hasta dónde llegaba la alternativa: "Dios... derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humillados, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos". Jesús no supervaloraba las autoridades de este mundo, ni se prosternaba indignamente ante ellas. Como laico profeta tomó posesión del templo y reivindicó otro tipo de templo, de culto y de teología.

Galilea era la marginalidad del imperio y también del Israel de Dios. Predicó desde la marginalidad. No tuvo a su disposición ningún tipo de estructura que avalase su magisterio o su profecía. Cuando le preguntaba la autoridad judía ¿con qué autoridad haces esto? Él respondía identificándose con otro marginal, Juan Bautista, a quien la oficialidad judía no había acogido, pero a quien el pueblo había consagrado. Pero en su marginalidad Jesús fue la creatividad en acción. Era llevado por el Espíritu. No fundó en torno a sí un grupo de burócratas u oficiales. No se parapetó tras el cerco de instituciones que asegurasen el futuro. No hizo de las estructuras económicas su fuerza. Ni con ellas protegió a su grupo. Dejaba que las mujeres lo alimentaran con sus bienes, que formaran parte de su grupo, que entraran a formar parte del discipulado teológico.

Cuanto hoy en la Iglesia nos preguntamos por la voluntad de Jesús hemos de ser humildes y modestos para no confundirla con la nuestra. Hay toda una línea de conducta y de actuación que está ciertamente en línea con la voluntad del Señor. Todo lo que acelera la llegada del Reino del Abbá, todo lo que crea entre nosotros la gran fraternidad y sonoridad, todo aquello que evita que se establezcan entre nosotros relaciones de poder "mundano". Está bien preguntarse una y otra vez qué es voluntad de Jesús para -en consecuencia- cambiar en la Iglesia todo lo que haya que cambiar. Pero probablemente nunca lleguemos a conocer esa voluntad en total discernimiento. Porque en el fondo, Jesús estaba sometido a la voluntad del Padre que se revela históricamente en la inspiración del Espíritu.

Voluntad de Jesús es que no dejemos de soñar, ni de ver visiones, ni de esperar milagros, ni de caminar, de luchar contra el mundo viejo. Hemos sido convocados a la "nueva evangelización". Volvamos a Galilea. Volvamos a soñar y a acoger con ilusión tantos sueños que el Espíritu ha ido sembrando por el mundo.

Que venga de nuevo la profecía, el carisma. Que la Iglesia de Jesús pueda sonreír a través de nuevos momentos de reconciliación, abrazos y besos de paz. Que una gran ola de ecumenismo nos invada a todos y acabe de una vez con tanto unilateralismo. Necesitamos voces proféticas que nos llamen de nuevo a la comunión pero no en fórmulas, no en personajes autoritarios, sino en Jesucristo, en su Evangelio, en la fe de su comunidad, de su pueblo, en la práctica evangélica.


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