La espera de Raham
Oscar CampanaMc 2,1-12Mc 2 1 Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa. 2 Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. 3 Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. 4 Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. 5 Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. 6 Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: 7 “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?”. 8 Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: “¿Qué están pensando? 9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate, toma tu camilla y camina’? 10 Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados 11 –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. 12 Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto nada igual”.Cuatro hombres llevaban a un paralítico. No uno o dos. Cuatro. Pensemos que, como Zaqueo, el paralítico quería ver a Jesús. Y si Zaqueo no podía por su estatura –también, como el paralítico, “a causa de la multitud”–, en este caso era imposible subirse a un árbol. O a un techo. Por eso necesitó de cuatro hombres. ¿Cómo habrá sido aquello?Unos días antes el paralítico, que se llamaba Raham (que en hebreo significa “amigo” y “compasivo”), escuchó hablar en su pueblo, Corazín, de lo que un tal Jesús de Nazaret venía haciendo por la región. Sintió arder su corazón cuando le refirieron las palabras del profeta Isaías que se atribuyó en la sinagoga de su pueblo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.”No pudo menos que recordar cuando siendo casi un niño se sumó, junto a su padre, a la rebelión de Judas el Galileo, en el que tantos creyeron ver al mesías esperado. En el asalto a la guarnición romana de Séforis su padre perdió la vida y él, al caer del caballo, se partió la espalda. Cuatro amigos de su padre, sobrevivientes de aquella batalla, lograron rescatarlo y llevarlo de nuevo a su pueblo.En los difíciles días que siguieron, junto al dolor y la creciente resignación que invadió su vida, hubo una luz de esperanza: en un sueño su padre le dijo que un día volvería a caminar, junto con todo Israel, cuando un mesías distinto se presentara ante ellos no con la fuerza de las armas sino con la de la palabra del Señor. En medio de tantas cosas nuevas en su vida, Raham no terminó de entender las palabras de su padre en el sueño. Y aunque las seguía guardando en su corazón, no sabía que un día, veintidós años después, las entendería para siempre.“Quiero verlo”, le dijo a sus amigos más cercanos. Así fue que se juntaron los cuatro hijos de aquellos cuatro amigos de su padre que le habían salvado la vida. Un vecino les facilitó un carro para hacer más fácil el trayecto. En el carro pusieron la camilla en la que Raham era traslado las pocas veces que salía de su casa.Tras el duro camino a Cafarnaúm, no tuvieron que preguntar dónde estaba Jesús, porque en torno a una casa se reunía una multitud. La alegría de llegar a la meta de pronto se encontró con la frustración. ¿Cómo hacer pasar a un paralítico en medio de tanto gentío? Allí fue cuando uno de sus amigos, Safán (que en hebreo significa “prudente”), convenció a los otros y al propio Raham de una osadía: abrir un boquete en el techo de juncos y, ayudados por las sogas y correas del carro, descolgarlo sobre el mismo Jesús. Al fin de cuentas, eran hijos de valientes.Jesús no pudo menos que conmoverse por lo que él entendió era una fe inmensa, capaz de abrir techos y hacer volar a paralíticos. Y él, que sentía en su propia piel la búsqueda de aquel que sufría, se compadeció hasta sus entrañas y regaló a Raham su máximo tesoro: el perdón de los pecados, el rostro del Dios misericordioso que viste a los lirios del campo, alimenta a los pájaros del cielo y sabe lo que sus hijos necesitan.Raham recordó las palabras de su padre y supo que aquella promesa, en la que cifró sus días, era pequeña frente a lo que había recibido. Por eso sus ojos se llenaron de lágrimas de emoción. Por eso estrechó las manos de sus amigos, sintiendo que no le alcanzarían sus días para agradecerles. Fue allí, cuando Safán y los otros comenzaban a estudiar cómo sacarlo y se preguntaban –mientras miraban el techo– qué pensaría el dueño del lugar, que Raham escuchó las palabras de Jesús dirigidas contra aquellos que creen que sólo por una puerta puede entrarse a una casa, ignorando que hay techos, esperanza, amigos y fe, y que un Dios-abba-misericordia que regala lo grande puede regalar también lo pequeño.Raham tomó su camilla. Todos le abrieron el paso, a él y a sus amigos. Mientras salía de la casa recordó aquel lejano día, en Séforis. Y el sueño con la promesa de su padre. Y escuchaba, como transfondo, los comentarios de la multitud: nunca habían visto nada igual. Él tampoco: sólo lo había soñado, con la debilidad que los sueños tienen en la juventud.Por primera vez en su vida comprendió en su corazón lo que el salmista cantaba: “Los que siembran entre lágrimas cantando cosecharán”.Mientras sentía a sus piernas, se abrazó con sus amigos. Vio a Israel de pie. Y supo que el Reino había llegado.
sexta-feira, 15 de julho de 2011
Reflexion Biblica, muy original
Assinar:
Postar comentários (Atom)
Nenhum comentário:
Postar um comentário