Estos últimos años ha
ido creciendo la desconfianza en la fuerza del Espíritu, y el miedo a todo lo
que pueda llevarnos a una renovación. Se insiste mucho en la continuidad para
conservar el pasado, pero no nos preocupamos de escuchar las llamadas del Espíritu
para preparar el futuro. Poco a poco nos estamos quedando ciegos para leer los
"signos de los tiempos".
De manera callada pero
palpable va creciendo el desafecto y la separación entre la institución eclesial
y no pocos creyentes.
Dentro de unos años,
nuestras comunidades cristianas serán muy pequeñas. En muchas parroquias no
habrá ya presbíteros de forma permanente. Qué importante es cuidar desde ahora
un núcleo de creyentes en torno al Evangelio. Ellos mantendrán vivo el Espíritu
de Jesús entre nosotros. Todo será más humilde, pero también más evangélico.
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