segunda-feira, 24 de outubro de 2011

Iglesia, Pueblo de Dios. Juan Manuel Hurtado, mx (Doc. en teologia)

LA IGLESIA COMO PUEBLO DE DIOS
Juan Manuel Hurtado López, doctorado en Alemania.
1. La intención del Concilio Vaticano II
No cabe duda que el gran aporte eclesiológico del Concilio Vaticano II es presentar a la Iglesia como Pueblo de Dios. Es una categoría teológica que hunde sus raíces en la Biblia y en la historia, y condensa una riqueza de significados y de profundidad teológica.
La intención del c. II de Lumen Gentium es mostrar la realización del Misterio de la Iglesia en la historia y la realización concreta de su catolicidad, afirma Gerhard Philips, secretario de la Comisión.
Al terminar el Concilio, un grupo de teólogos, famosos peritos del Vaticano II, fundó la revista CONCILIUM. En el primer número escribió Ives Congar “La Iglesia como Pueblo de Dios” .
Al poner la Iglesia como Pueblo de Dios en el c. II de Lumen Gentium, después del Misterio de la Iglesia que viene en el c. I, Congar dice que se pretendían tres cosas: a) mostrar la realización del Misterio de la Iglesia en la historia humana, b) mostrar cómo se va extendiendo en la humanidad a diferentes categorías de hombres situadas en relación desigual a la plenitud de vida que se encuentra en Cristo y del que ella es sacramento, y c) exponer lo que es común a todos los miembros del Pueblo de Dios antes de que intervenga cualquier distinción entre ellos por razón de oficio o estado .
Se quiere poner primero la cualidad de discípulos y la dignidad inherente a la existencia cristiana como tal. En este sentido, la KOINONIA es antes que la DIAKONIA. Primero está la participación en el Misterio de Cristo que nos es dada por el bautismo y por la que todos somos iguales y nos configura ontológicamente a imagen de Cristo profeta, sacerdote y rey, y después viene la diferenciación por los ministerios, por el servicio que desempañamos en la Iglesia.
Pero también se quiere mostrar la realidad humana de la Iglesia. Los teólogos ven que hay una analogía con la divinidad y la humanidad de Cristo. Que así como la naturaleza humana no se confunde ni queda anulada por la naturaleza divina de Cristo, así pasa con el Misterio de la Iglesia. Este se manifiesta de forma visible a través de la historia. Es decir, que tiene una parte humana y otra divina.
Pueblo de Dios quiere plantear el nuevo rumbo que la Iglesia quiere tomar, la nueva eclesiología que los padres conciliares quieren asumir. Se afirma que esta eclesiología marcó todo el Vaticano II, es el giro copernicano realizado en el Concilio y el espíritu que estuvo presente en las discusiones. Si en los últimos 700 años todo en la Iglesia giraba en torno a la Jerarquía y los laicos permanecían pasivos, ahora el centro es el Pueblo de Dios y todos los ministerios están a su servicio. Si en los últimos 15 siglos el centra era la Iglesia Universal, ahora se reconocían las Iglesias particulares como verdaderas Iglesias donde se hace presente todo el Misterio de Cristo.
Antes de adentrarnos en el contenido que presenta Lumen Gentium sobre Pueblo de Dios, preguntémonos: ¿Cómo se llegó a esta concepción? Veamos un poco de historia para comprender el alcance de la categoría teológica Pueblo de Dios.
2. Coordenadas bíblico-históricas de Pueblo de Dios
La categoría Pueblo de Dios nace con la Biblia. Dios eligió como pueblo suyo al pueblo de Israel. La historia de los patriarcas, de Moisés y las doce tribus, de la Alianza en el Sinaí y el memorial que realizó Moisés como testimonio de la Alianza, los Jueces y los profetas nos muestran la formación y el peregrinar de este pueblo. Con Jesús y la Nueva Alianza realizada por medio de su sangre derramada sobre la cruz (I Cor 11,25), inicia el nuevo Pueblo de Dios.
Para los primeros cristianos, según la carta de Pedro, ellos son “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición…que en un tiempo no eran pueblo, pero ahora es pueblo de Dios” (I Pe 2,9-10). Esta comprensión de la Iglesia como Pueblo de Dios va apareciendo en pequeños brotes aquí y allá a lo largo de 20 siglos de Cristianismo, pero nunca fue reconocida oficialmente como en el Vaticano II, ni se le dio el lugar que ahí ocupa.
En la época patrística, las Iglesias son iguales, se relacionan entre ellas y le dan una preferencia de honor a la Iglesia de Jerusalén. A partir de Constantino se da una identificación entre el Cristianismo, la sociedad y el Imperio: es la Iglesia de Cristiandad que va a durar hasta el s. XVIII con el nacimiento de los Estados modernos. En este esquema, el emperador recibe todo de Dios y no debe nada a sus súbditos. Esta concepción fue aceptada también en la Iglesia desde Constantino hasta el s. XVIII.
En el s. XI la concepción de Iglesia era jurídica, pues se basaba en los textos canónicos existentes. De ahí nace la Eclesiología católica en el s. XIV como ciencia teológica. Y nace en el contexto de la lucha entre el Papa y el rey de Francia o de Inglaterra. Ante esto, la Iglesia se afirma como sociedad completa, perfecta, que no reconoce ningún poder encima de ella. En esta concepción, el elemento formal constitutivo es la Jerarquía y lo que unifica es la obediencia a la Jerarquía.
El pueblo no contaba. El principio filosófico que da sustento a la unidad es el neoplatonismo del Pseudo Dionisio o Aeropagita. La unidad, el “UNUM” es lo perfecto, la disgregación es imperfección. En la Biblia y en la antigua tradición cristiana la unidad viene de la Alianza en Dios, no del “UNUM” de la filosofía.
En los siglos XI y XII se dan los movimientos de pobres: las comunas francesas y los pobres espirituales. Con San Francisco y sus seguidores, al multiplicarse y expandirse por todas partes, muchos ven en el movimiento franciscano más apegado al Evangelio, el inicio del Reino del Espíritu Santo, según la propuesta de Joaquín de Fiore quien traza una teología de la historia. Esto para decir que siempre ha habido en la Iglesia la lucha por buscar un lugar para el pueblo, para los laicos.
Va a haber un momento en que el Papa Gregorio VII reclama para sí mismo los atributos y los símbolos del imperio y exigió ser tratado como emperador, como cabeza máxima de la Cristiandad. Esto explica por qué Alejandro VI, basado en esta ideología, repartió el mundo descubierto en el s. XVI entre España y Portugal. El poder del emperador fue transferido al Papa, quien fue exaltado como jefe del universo.
En la lucha entre protestantes y el Concilio de Trento se agudizan las tensiones y se llega a la ruptura: los protestantes querían libertad y más fidelidad a la Biblia, se presentaban como la verdadera Iglesia de Cristo. La Iglesia católica no vio más que herejía, apostasía y negación del Cristianismo al desobedecer al Papa. Con la interpretación integrista impulsada por Pío V y por la Compañía de Jesús, se perdió toda oportunidad de diálogo.
Luego viene la preparación de la modernidad desde los positivistas ingleses: John Locke y Stuart Mill, Descartes, Kant con su concepto de la mayoría de edad, Marx y los socialismos europeos. En 1870 la Iglesia pierde los Estados pontificios. Dada la concepción de Iglesia como sociedad perfecta, ésta no tuvo las herramientas disponibles y condenó los movimientos socialistas que estaban formados en su mayoría por cristianos pobres conscientes que se definían como Iglesia; condenó la emancipación de los Estados burgueses, la emergencia de la clase obrera y perdió el liderazgo en los países católicos.
Los Estados se emanciparon al lado o en contra de la Iglesia. El ejemplo típico es la Revolución francesa y su constitución de 1791. Cuando León XIII presenta la Rerum Novarum, los movimientos socialistas que luchaban por salir de la postración, pobreza y opresión, ya se habían distanciado de la Iglesia. Así se llega hasta Pío XII. La eclesiología que se manejaba desde Pío X, Pío XI y Pío XII fue entender la Iglesia como sociedad perfecta.
3. Los antecedentes inmediatos de Pueblo de Dios
Entre los años 1937 y 1942 los biblistas descubren el concepto de Pueblo de Dios en la Biblia. Inicia todo un movimiento bíblico, patrístico, litúrgico y teológico. Ya en 1918 aparece un intento de nueva eclesiología: hablaban ya de Pueblo de Dios. Lo que ellos querían era una Iglesia más humana, inserta en la historia humana. Viene el avance de las ciencias, de la hermenéutica, de la lingüística, de la antropología. Se da entonces, en medio de muchas resistencias, la aceptación de los métodos histórico-críticos para el estudio de la Biblia, que luego pasaron a la teología. Todo esto fue abriendo el camino hacia lo que se vivió en el Vaticano II.
4. El Concilio Vaticano II
Con Juan XXIII inicia un nuevo planteamiento: no ayuda condenar al mundo. El había tenido la experiencia en varios países como Nuncio apostólico y vio la urgencia de la apertura, del diálogo. Se necesitaba cambiar de mentalidad e iniciar una transformación profunda de la Iglesia para poder evangelizar un mundo del que se había distanciado; y sabía que esto llevaría tiempo. En el corazón y en la mente de Juan XXIII estaba poner a los pobres en el centro de la Iglesia. Así lo buscaba el Cardenal Lercaro. La Iglesia es el pueblo de los pobres, como ya lo había explicado Bossuet en el s. XVI: el Pueblo de Dios es el pueblo de los pobres.
América Latina va a recoger este legado: el pueblo de Dios está donde están los pobres, ahí donde quiso estar Jesús de Nazaret, con quienes se identificó. Los pobres son lugar teológico de la eclesiología.
En el mensaje de apertura del Concilio, el Papa Juan XXIII decía: la Iglesia debe ser de todos, pero sobre todo debe ser la Iglesia de los pobres. Así lo venía buscando el Card. Lercaro. Quería que el Concilio proclamara como verdad fundamental y particular del Cristianismo que la Iglesia es Iglesia de los pobres, pero muchos obispos y teólogos no estaban preparados para ello. Hablar de Iglesia de los pobres como quería Juan XXIII le da densidad al concepto de Pueblo de Dios, porque identifica donde se encuentra el Pueblo de Dios en la historia humana. Le quita lo abstracto a la expresión Pueblo de Dios. Afirma Jon Sobrino que todo en la Iglesia debe partir de la centralidad de los pobres .
Así se llega al Concilio con preocupaciones y con esperanzas. La Iglesia quería estar, no contra el mundo ni al lado del mundo, sino en el mundo y a su servicio. Este es el espíritu de la Lumen Gentium y de la Gaudium et Spes que quieren dar el tono a todos los documentos conciliares.
¿Qué plantea el Concilio con la teología elaborada hasta este momento?
El Concilio Vaticano II recuerda y afirma lo siguiente:
• Este pueblo mesiánico, aunque aparezca como pequeña grey, es el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano (LG 9).
• Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, al nuevo pueblo lo hizo reino y sacerdotes de Dios y Padre suyo (LG 10).
• La meta del Pueblo de Dios es el Reino de Dios en la tierra.
• Participa del don profético (LG 12).
• Todos los hombres y mujeres son llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios, porque uno es el proyecto salvífico de Dios que quiere que todos los hombres se salven (LG 13).
• La Iglesia, al introducir el Reino, no arrebata a los pueblos los bienes temporales; al contrario, favorece y asume las facultades, las riquezas y costumbres propias de los pueblos en lo que tienen de bueno. Al recibirlas, las purifica, las fortalece y las eleva (LG 13).
Afirma que “todo lo bueno que hay sembrado en la mente y en el corazón de estos hombres, o en los ritos propios y culturas de los pueblos, no solamente no debe desaparecer, sino que cobre vigor, se eleve y se perfeccione para gloria de Dios” (LG 17).
• Dado que hay diversidad entre los miembros del Pueblo de Dios según sus funciones, el ministerio ordenado es en bien de sus hermanos (LG 18). Aquí cabe recordar que en las Cartas paulinas se enumera una larga lista de ministerios, mientras que, a partir del año 110 en Antioquía y a petición del obispo Ignacio, se formó la orden de tres oficios que luego se convirtió en la oficial en todo el imperio romano: obispo, presbítero y diácono.
• La Iglesia ora y trabaja para que todo el mundo se incorpore al Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo.
• El Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios…sino que, distribuyéndolos a cada uno según quiere, reparte sus dones de todo género. Por tanto, la conducción de la Iglesia no es privativa de la Jerarquía, pero tampoco puede estar contra ella. Es una eclesiología de comunión (LG 12).
• En la comunidad eclesiástica existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias…dejando íntegro el primado de la cátedra de Pedro que preside el conjunto de creyentes. Más adelante se dirá que “hay Iglesias locales que gozan de disciplina propia, de ritos propios y de un patrimonio teológico y espiritual” (LG 17).
Tenemos que decir que la concepción de Pueblo de Dios que encontramos en Lumen Gentium habla de un Pueblo de Dios en sentido real, como proyecto y como utopía. Por eso dirá Gaudium et Spes: “los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de la época actual, sobre todo de los pobres y afligidos de toda clase, son también los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1). Pero también habla de Pueblo de Dios en sentido espiritual: se refiere a la comunión de todos los miembros en la fe y en los sacramentos.
Pueblo de Dios es un proyecto y una realidad. La Iglesia es Pueblo de Dios en los pueblos de la tierra como fermento y busca su encaminamiento hasta la plenitud en Cristo. Su fuerza, dice LG, es el Espíritu de Cristo. No es la Iglesia un pueblo al lado de otros pueblos, ni la suma de muchos pueblos, sino que es Pueblo mesiánico en los diferentes pueblos de la tierra como proyecto y realidad ya presente y operante, pero todavía no en plenitud.
Jon Sobrino hace una valoración de Pueblo de Dios en Lumen Gentium y resalta cuatro aportes:
-Dice que Pueblo de Dios equilibra el concepto de Cuerpo de Cristo, porque éste no tiene una dimensión histórica, propia del Pueblo de Dios en la Biblia.
-Reconoce la común dignidad e igualdad de todos los bautizados. Lumen Gentium recupera lo que decía San Agustín: “Si me aterra lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros”.
-Reconoce el valor de toda criatura humana.
-Revaloriza las Iglesias particulares que, por siglos, estuvieron olvidadas. Lo único que existía en la teología era la Iglesia universal, y las Iglesias particulares eran sólo extensiones de la misma.
El mismo autor le señala algunos límites a la categoría Pueblo de Dios:
-El primero es un universalismo abstracto: todos quedan iguales sin tomar en cuenta la historia humana con explotación y dominación.
-Segundo, no llegó a articular la Iglesia, Pueblo de Dios y los pobres. Esto implica en la Iglesia un cambio en las relaciones de poder. No que la Jerarquía le otorgue poder al pueblo, sino que toda la Iglesia viva al estilo de Jesús, renunciando al poder y no apoyarse en él para evangelizar.
5. A modo de conclusión
La historia muestra que la Iglesia no puede ser Pueblo de Dios en sentido verdadero si no es la Iglesia de los pobres. Esto sigue como esperanza en muchos espacios eclesiales como las CEB’s, la pastoral indígena y otros. La razón es que se trata de que los pobres sean sujetos en la Iglesia y no solamente objeto de caridad cristiana. La alternativa, entonces, es si la Iglesia quiere ser fermento de formación y crecimiento del Pueblo de Dios en todos los pueblos de la tierra, compartiendo sus luchas, angustias, logros, retrocesos, memoria histórica, o está ausente de todo esto alejándose de la encarnación en las culturas.
El Concilio plantó la semilla de Pueblo de Dios, retomando una historia de más de dos mil años y para nosotros queda como herencia, proyecto, inspiración y utopía.

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