EL PADRE GENERAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN EL SÍNODO DE
OBISPOS
Viniendo de una orden misionera, siento la obligación de reflexionar sobre nuestra historia. Difícilmente podemos pensar en una Nueva Evangelización a menos que estemos seguros de que hemos aprendido de la Primera Evangelización, tanto de nuestros aciertos como de nuestros errores, así como de las insuficiencias que sufrimos en el deseo de comunicar el Evangelio.
Vengo de
una Tradición en la que fuimos alentados y entrenados en el propósito de encontrar a Dios en todas las cosas, en
todos los acontecimientos y situaciones. San Ignacio tomó esta idea, sin
duda, del Nuevo Testamento, donde, por
ejemplo, San Pablo en su famoso discurso en el Areópago cita uno de los poetas
clásicos diciendo: “en Él (esto es, en Dios) vivimos, nos movemos y somos”
(Hechos 17:27-28). Dios está presente y activo en cada comunidad humana,
incluso si no somos capaces de notar cómo o la profundidad de su presencia.
Pues
bien, temo que nosotros, los misioneros, no hemos buscado a Dios en todas las
cosas con suficiente profundidad y por eso no hemos contribuido a la vida de la
Iglesia con los descubrimientos que debimos hacer. No estoy culpando de ninguna
forma a los misioneros en general, hablo solamente desde mi propia tradición,
mi propia experiencia y mi propio grupo misionero. Estoy seguro de que muchos
misioneros, incluso otros jesuitas lo han hecho mejor que yo.
Ciertamente,
hemos intentado ser positivos en nuestra visión de otras culturas y
tradiciones. Pero me temo que lo que hemos visto han sido en su mayoría, signos
de Fe y Santidad occidentales (inclusive el Instrumentum
Laboris, hablando de los frutos de la Fe, señala en los Números 122 al 128
algunos signos, excelentes en si mismos y fácilmente reconocibles por las
Iglesias de Occidente). No hemos incursionado con suficiente profundidad en las
culturas en las que el Evangelio se proclamó de modo de ver esa parte del Reino
de Dios que ya estaba ahí, enraizada y activa en los corazones y las relaciones
de las personas. No tuvimos demasiadas ganas de encontrar el “factor sorpresa” en la obra del
Espíritu Santo, que hace crecer la semilla aun cuando el sembrador está dormido
o el misionero ausente.
Estoy
convencido de que esto se puede aplicar a la Missio ad Gentes así como a la Nueva Evangelización en el mundo
moderno. Hasta donde sé, cada generación se queja de la siguiente, y considera
que algo de la sabiduría del pasado se ha perdido. Y sin embargo, el Espíritu
de Dios no ha estado ocioso, sino trabajando en los corazones de las personas y
en las percepciones de los sabios. Toca a nosotros escuchar con mayor atención
y una inmensa humildad para reconocer la voz de Dios donde no esperamos que
pueda ser escuchada.
Recuerdo
que en mis años de seminarista me impresionó mucho un estudio sobre la
Revelación en el Concilio de Trento, que publicaron los entonces profesores
Karl Rahner y Joseph Ratzinger. Según ellos, cuando el Concilio de Trento
hablaba de las “Escrituras”, se refería al Antiguo Testamento, mientras que
cuando hablaba del Evangelio, consideraba que el Evangelio estaba presente en
dos lugares: En los escritos del Nuevo Testamento y -aquí estaba la sorpresa-
en los corazones de los fieles.
Al no
prestar suficiente atención a cómo Dios se manifiesta y ha estado trabajando en
los pueblos que encontramos, nos perdimos pistas, intuiciones y descubrimientos
importantes. Por eso, es ahora el momento de aprender de esta historia, de las
carencias de la Primera Evangelización, y tiene que ser antes de pasar a la
Nueva. Muchas cosas buenas han pasado, que vamos a querer mantener, desarrollar
y celebrar. Al mismo tiempo somos conscientes de todos los errores cometidos,
sobre todo cuando no se escuchó del todo a las personas, cuando juzgamos con
enorme superficialidad los méritos de culturas y tradiciones ricas y antiguas,
al imponer formas de culto que, en el mejor de los casos, no expresan las
relaciones y sensibilidad de la gente cuando se volvían hacia Dios en oración y
alabanza.
La
plenitud en Cristo necesita de la contribución de todos los pueblos y todas las
culturas. Hay muchas lecciones que podemos aprender del pasado, y que pueden
ser de gran ayuda Nueva Evangelización. Permítanme solamente mencionar,
brevemente, algunas antes de terminar:
1. La
importancia de “las maneras de humildad”
para comunicar el Evangelio.
2. La
necesidad de afirmar “la verdad acerca
de nuestra limitada e imperfecta humanidad” en todo lo que decimos y
proclamamos, sin rasgos de Triunfalismo.
3. La simplicidad del mensaje que tratamos de
comunicar, sin complicaciones o racionalizaciones excesivas que lo vuelvan
opaco e incomprensible.
4. Generosidad al reconocer la obra de
Dios en la vida y la historia de los pueblos, acompañada de sincera admiración, alegría y esperanza cada
vez que encontremos en otros bondad
y dedicación.
5. Que
el mensaje más creíble es el que se procede de nuestra vida, tomada totalmente
y guiada por el Evangelio de Jesucristo.
6. Que
el Perdón y la Reconciliación son
los atajos más útiles al corazón del Evangelio.
7. Que el Mensaje de la Cruz es mejor
comunicado a través de la muerte (de
si mismo y sus objetivos limitados) del
misionero.
Gracias
por vuestra atención.
P. Adolfo
NICOLÁS PACHÓN, S.I.
Prepósito General de la Compañía de Jesús
11 octubre 2012
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