El centro de la predicación de Jesús no
fue la Iglesia sino el Reino de Dios: una utopía de revolución/reconciliación
total de toda la creación. Es tan cierto esto que los evangelios, a excepción
del de san Mateo, nunca hablan de Iglesia sino siempre de Reino. Con el rechazo
a la persona y al mensaje de Jesús, el Reino no vino y en su lugar surgió la
Iglesia como comunidad de los que dan testimonio de la resurrección de Jesús y
guardan su legado intentando vivirlo en la historia.
Desde su inicio se
estableció una bifurcación: el grueso de los fieles asumió el cristianismo como
camino espiritual, en diálogo con la cultura ambiente. Y otro grupo, mucho
menor, aceptó asumir, bajo control del Emperador, la conducción moral del
Imperio romano en franca decadencia. Copió las estructuras jurídico-políticas
imperiales para la organización de la comunidad de fe. Ese grupo, la jerarquía,
se estructuró alrededor de la categoría «poder sagrado» (sacra potestas).
Fue un camino de altísimo riesgo, porque si hay una cosa que Cristo siempre
rechazó fue el poder. Para él, el poder en sus tres expresiones, como aparece
en las tentaciones en el desierto –el profético, el religioso y el político–,
cuando no es servicio sino dominación pertenece a la esfera de lo diabólico.
Sin embargo este fue el camino recorrido por la Iglesia-institución jerárquica
bajo la forma de una monarquía absolutista que rechaza hacer partícipes de ese
poder a los laicos, la gran mayoría de los fieles. Ella nos llega hasta
nuestros días en un contexto de gravísima crisis de confiabilidad.
Ocurre que cuando
predomina el poder, se ahuyenta el amor. Efectivamente, el estilo de
organización de la Iglesia jerárquica es burocrático, formal y a veces
inflexible. En ella todo se cobra, nada se olvida y nunca se perdona.
Prácticamente no hay espacio para la misericordia y para una verdadera
comprensión de los divorciados y de los homoafectivos. La imposición del
celibato a los sacerdotes, el enraizado antifeminismo, la desconfianza de todo
lo que tiene que ver con sexualidad y placer, el culto a la personalidad del
papa y su pretensión de ser la única Iglesia verdadera y la «única guardiana
establecida por Dios de la eterna, universal e inmutable ley natural», que así,
en palabras de Benedicto XVI, «asume una función directiva sobre toda la
humanidad». El entonces cardenal Ratzinger todavía en el año 2000 repitió en el
documento Dominus Jesus la doctrina medieval de que «fuera de
la Iglesia no hay salvación» y que los de afuera «corren grave riesgo de
perderse». Este tipo de Iglesia seguramente no tiene salvación. Lentamente
pierde sostenibilidad en todo el mundo.
¿Cuál sería la Iglesia
digna de salvación? Aquella que humildemente vuelve a la figura del Jesús
histórico, obrero simple y profético, Hijo encarnado, imbuido de una misión
divina de anunciar que Dios está ahí con su gracia y misericordia para todos;
una Iglesia que reconoce a las demás Iglesias como expresiones diferentes de la
herencia sagrada de Jesús; que se abre al diálogo con todas las demás
religiones y caminos espirituales viendo ahí la acción del Espíritu que
llega siempre antes que el misionero; que está dispuesta a aprender de toda la
sabiduría acumulada de la humanidad; que renuncia a todo poder y
espectacularización de la fe para que no sea mera fachada de una vitalidad
inexistente; que se presenta como «abogada y defensora» de los oprimidos de
cualquier clase, dispuesta a sufrir persecuciones y martirios a semejanza de su
fundador; que en ella el papa tuviese el valor de renunciar a la pretensión de
poder jurídico sobre todos y fuese señal de referencia y de unidad de la
Propuesta Cristiana con la misión pastoral de fortalecer a todos en la fe, en
la esperanza y en el amor.
Esta Iglesia está en
el ámbito de nuestras posibilidades. Basta imbuirnos del espíritu del Nazareno.
Entonces sería verdaderamente la Iglesia de los humanos, de Jesús, de Dios, la
comprobación de que la utopía de Jesús del Reino es verdadera. Sería un espacio
de realización del Reino de los liberados al cual estamos convocados
todos.
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