Carlo Maria
Martini, el deseado
01.09.12 | 08:31. Archivado en
Cardenales
Si la Iglesia católica fuese una democracia, él sería
sin duda el presidente. Si en la Iglesia hubiese elecciones, Carlo María Martini
ganaría de calle. Si en la Iglesia votasen los católicos, el purpurado jesuita
hubiese sido Papa. Demasiado profético para ser elegido por los mayoritariamente
conservadores príncipes de la Iglesia, Carlo Maria Martini nunca llegó al solio
pontificio. Pero fue un Papa en la sombra. Con tanta autoridad moral (o más) que
Juan Pablo II y Benedicto XVI. No fue Pedro, pero fue Pablo y Juan a la vez.
Hasta su muerte, ayer, a los 85 años, tras lidiar durante los últimos 16 con el
Parkinson. Con la dignidad de un auténtico enamorado del Cristo
samaritano.
Alto, distinguido, nariz
de patricio romano, ojos azules y palabra elocuente, parecía un cardenal
arrancado del Renacimiento, aunque en realidad fue la figura más posmoderna y
brillante del colegio cardenalicio. Martini, una eminencia reconocida por su
conocimiento de la Biblia, nació en Orbassano, el 15 de febrero de 1927, en el
seno de una familia burguesa -el padre era ingeniero-. Fue ordenado sacerdote en
1952 y comenzó una carrera fulgurante, tanto en el ámbito académico como
eclesiástico. Exégeta de formación, Pablo VI lo nombró en 1969 rector del
Instituto Bíblico en la prestigiosa Pontificia Universidad Gregoriana de Roma,
donde permaneció hasta 1978.
A
finales de 1979, Juan Pablo II lo designó arzobispo de Milán, la diócesis más
grande de Europa, que presidió durante 22 años. Convertido en cardenal en 1983,
presidió el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa desde 1986 hasta
1993. En 2000 recibió el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Dos años
después cumplió su sueño de retirarse a Jerusalén. En esa fecha anunció que
sufría de la enfermedad de Parkinson. Regresó a Italia en 2008, a una casa de
estudios de los jesuitas, en Gallarate, en el noroeste de Milán, donde se fue,
sereno y sonriente, al encuentro del Nazareno, a cuyo estudio y testimonio
dedicó su vida entera.
Auténtico
experto en la critica textual del Nuevo Testamento (el estudio de los papiros y
códices que contienen el texto griego de los Evangelios), quizás fuese su
formación erudita (tenía varios doctorados y dominaba seis idiomas, además del
latín, del griego y del hebreo) la que le confería esa seguridad que despedía y
contagiaba en todas sus apariciones.
Los
jesuitas querían nombrarle sucesor de Pedro Arrupe, pero el Papa lo designó
arzobispo de Milán. Martini se compró un anillo en un puesto de baratijas y se
fue a su nueva diócesis, donde se convirtió en el cardenal más respetado,
querido y seguido de la Iglesia. Escribió más de cincuenta libros, muchos de
ellos "best-sellers", como el que redactó con el semiólogo Umberto Eco. O su
libro testamento "Coloquios nocturnos en Jerusalén" (Editorial San
Pablo).
Temido y acosado por los
conservadores, que le llamaban el "antipapa" y le acusaban de ser demasiado
"liberal" y "progresista", cuando, en realidad, fue siempre un hombre
profundamente espiritual, dedicado a la oración y al estudio de la Palabra de
Dios. Un cardenal abierto y dialogante, pero siempre fiel a los Papas y a la
Iglesia. El genuino representante de la otra Iglesia. O de otra forma de ser
Iglesia. El epígono del modelo eclesial salido del Concilio Vaticano
II.
Martini quería
una Iglesia "pueblo de Dios", sin poder ni privilegios, democrática, siempre
dialogante y abierta al mundo. Una Iglesia encarnada, samaritana y con una clara
opción por los pobres. Una Iglesia corresponsable, con los laicos como
protagonistas, con celibato opcional y sacerdocio de la mujer. La Iglesia por la
que siguen suspirando los fieles.
Como los auténtico profetas, Martini nunca buscó la
polémica, pero tampoco se calló y defendió este modelo de Iglesia con todas sus
fuerzas y durante toda su vida. Incluso cuando los vientos de Roma soplaban
hacia la involución y los ultracatólicos le tachaban de 'hereje'. Quizás por eso
se convirtió en el símbolo y la referencia de todos los católicos que en el
mundo buscan y luchan por el Reino de Dios y por una Iglesia más
evangélica.
La prensa inglesa le
definió como el "Papa perfecto para el siglo XXI". Punto de referencia del
catolicismo que soñó con el Concilio, querido por las bases y temido por la
Curia romana, Martini fue un cardenal enamorado de Jerusalén, a la que solía
definir como "la ciudad más cargada de recuerdos y de memoria religiosa de todo
el mundo, la ciudad donde murió Jesús para la salvación del mundo y donde se
venera su sepulcro vacío y se hace memoria de su
resurrección".
Martini, el deseado, fue siempre
el ejemplo vivo de que otra Iglesia es posible. El contrapunto, primero
del Papa Wojtyla y, después, del Papa Ratzinger. Juan Pablo II reconoció su
valía y le nombró arzobispo de Milán, a pesar de que estaba en sus antípodas
eclesiásticas. Benedicto XVI accedió al papado, porque, en 2005, el ya anciano y
enfermo cardenal Martini, que entró en el cónclave apoyado en un bastón, bendijo
su candidatura. Dos grandes intelectuales de la Iglesia, que siempre se
mostraron profunda estima, a pesar de ser los abanderados de dos corrientes
eclesiales bien diferenciadas.
El
Papa le abrazó por última vez en público en el arzobispado de Milán hace apenas
tres meses. Las dos columnas de la Iglesia moderna. Pedro y Pablo. "Eminencia,
también yo vengo con bastón", le dijo Benedicto XVI. Y Martini, que ya no podía
hablar, le contestó con una mirada agradecida. "Seguiré rezando por él y por la
Iglesia en estos momentos difíciles", escribió a los pocos días del famoso
encuentro. Ahora, desde el cielo.
Su
libro-testamento
Su testamento
espiritual lo escribió hace cuatro años en un libro, titulado "Coloquios
nocturnos en Jerusalén" (Editorial San Pablo). Claro, directo y divulgativo.
Quizás por tratarse de respuestas a las preguntas que, en nombre de los jóvenes,
le plantea su amigo y compañero jesuita austriaco, Georg Sporschill. Y a los
jóvenes, como bien sabe el cardenal, no les gustan los rodeos. Quieren claridad
y piden audacia. Y por eso, cuando tenía 81 años y estaba ya muy enfermo de
parkinson, Martini puso blanco sobre negro lo que muchos jerarcas piensan pero
no se atreven a decir públicamente. "Por amor a la verdad", como dice su lema
episcopal.
Con siete capítulos,
como los 7 días de la creación, y 193 páginas densas y polémicas, en las que el
purpurado abordó las grandes cuestiones de la Iglesia y de nuestro tiempo a
tumba abierta. Con arrojo y valentía. Como los grandes profetas del Antiguo
Testamento a los que tanto admiraba y cuya estela siguió de cerca en la ciudad
santa. La ciudad en la que las piedras conservan los ecos de Isaías o Jeremías.
Un libro para reforzar el mito Martini.
Hoja de ruta para la Iglesia del siglo
XXI
Sin nada que perder y sólo fiel
a su conciencia, Martini diseña en el libro la que a su juicio debería ser la
hoja de ruta de la Iglesia actual. Para que mire al futuro sin angustia, pero
con coraje. Su idea fuerza: "La Iglesia debe tener el valor de reformarse". La
consigna suena a desafío en una Iglesia que vive el apogeo de una de las épocas
más antirreformistas de su historia reciente. Pero huele a anhelo esperanzado de
millones de católicos en todo el mundo. ¿Anti-Papa? "En todo caso, seré un
'ante-Papa', alguien que se adelanta al Santo Padre como colaborador suyo y
trabaja para él", explica.
"La
Iglesia necesita reformas internas. La fuerza de la renovación tiene que venir
desde dentro", asegura el cardenal. Hasta se atreve a poner de ejemplo a Martín
Lutero, "el gran reformador" y recuerda que, no hace mucho, "la Iglesia católica
se dejó inspirar por las reformas de Lutero en el Concilio Vaticano
II".
La Iglesia actual tiene "miedo"
y, si Jesús regresara, "lucharía con los actuales responsables de la Iglesia" y
"les recordaría que no deben estar encerrados sobre sí mismos, sino mirar más
allá de la propia institución". La Iglesia actual tiene que soñar, como sueña el
cardenal "con una Iglesia que recorre su camino en la pobreza y en la humildad,
con una Iglesia que no depende de los poderes de este mundo", con una Iglesia
"que diera ánimos, en especial a los que se sienten pequeños o pecadores", con
"una iglesia joven".
Y el cardenal
sigue desgranando las cualidades de "su" Iglesia. Y apunta siempre a donde más
le duela a la institución. "Una Iglesia sencilla, con menos burocracia". Un
Iglesia que vuelva al Concilio, porque "existe la tendencia de apartarse del
Concilio" por parte de algunos obispos que "están tentados de regresar a los
buenos viejos tiempos".
Y como todo
profeta que combina la denuncia y el anuncio, Martini propone reformas
concretas. Por supuesto, sin tocar al dogma. Primero, reformas en la estructura.
Quiere una Iglesia más colegial y con unos obispos que dejen de estar
"atrincherados". Y con el altar, abierto a los curas casados y a las mujeres.
"No todos los que están llamados al sacerdocio tiene el carisma del celibato". Y
pide a la Iglesia "inventiva". Por ejemplo, "discutir la posibilidad de ordenar
a viri probati, es decir a hombres experimentados y probados en la fe y en el
trato con los demás".
Y hasta se
atreve a abogar por el acceso de la mujer al sacerdocio consagrado. Todo un tabú
en Roma. Cuenta, a propósito que, ya en 1990 visitó al entonces arzobispo de
Canterbury, George Carey, para "darle ánimos a la hora de asumir ese riesgo,
algo que podría ayudarnos también a nosotros a ser más justos con las mujeres".
Más aún, a Martini no le duelen prendas a la hora de reconocer que, por eso y
por otras muchas cosas, "los hombres de Iglesia tienen que pedir perdón a las
mujeres".
Una sexualidad "sana y
humana".
Amén de las reformas
estructurales, Martini preconiza cambios doctrinales. Sobre todo en el ámbito de
la moral sexual. En busca de una sexualidad que no esté "reservada al
confesionario y al ámbito de la culpa". Un sexualidad "sana y humana" o "una
nueva cultura que promueva la ternura y la fidelidad".
Algo a lo que no contribuye la Humanae Vitae, la célebre
encíclica de Pablo VI que fijó la doctrina sobre la sexualidad de la Iglesia.
"La encíclica es en parte culpable de que muchos ya no tomen en serio a la
Iglesia como interlocutora o como maestra". Una encíclica por la que "muchas
personas se han alejado de la Iglesia". Por eso, pide al Papa que, para
"recuperar la credibilidad", "puede escribir una nueva (encíclica) e ir en ella
más lejos".
Reconoce, asimismo, con
sentido del humor, que por defender la utilización del preservativo, como mal
menor, en la lucha contra el Sida, en Brasil le llaman el "cardenal da
camisinha", es decir el cardenal del preservativo. O el cardenal que comprende
las relaciones prematrimoniales. "Ningún obispo ignora hoy que se da la cercanía
corporal antes del matrimonio. Los jóvenes salen de vacaciones y duermen juntos
en una misma habitación. A nadie se le ocurriría ocultarlo o plantear problemas
al respecto".
Martini infringe otro
tabú eclesial al "bendecir" incluso la homosexualidad. "En mi círculo de
conocidos hay parejas homosexuales...nunca se me habría ocurrido condenarlas". Y
añade, "en la Iglesia hemos de reprocharnos que, a menudo, hemos sido
insensibles en el trato con la homosexualidad".
Y ciertos cambios también en la doctrina de los
novísimos. Por ejemplo, dice que no puede imaginarse "cómo pueden estar junto a
Dios Hitler o un asesino que ha abusado de niños". Aún así, asegura que "existe
el infierno, sólo que nadie sabe si hay alguien en él", porque, al final "el
amor de Dios es más fuerte". Y para los grandes pecadores está el purgatorio,
donde "son sometidos a terapia hasta que se abren y pueden recibir el amor de
Dios".
Los consejos de un
sabio
El Martini místico e
intelectual ofrece, al atardecer de su vida, una serie de consejos vitales y
espirituales. Con la humildad del que reconoce incluso sus "dudas de fe". "Reñí
con Dios, porque no podía comprender porqué hizo sufrir a su Hijo en la cruz" y
porque "cuando contemplo el mal en el mundo me quedo sin aliento y entiendo a
los hombres que llegan a la conclusión de que Dios no
existe".
Y del que abre su alma sin
complejos. Para declararse un enamorado de la justicia, "el atributo fundamental
de Dios". Y pone nombre incluso a sus personajes bíblicos preferidos, que van
desde María Magdalena ("un modelo de creyente, porque ama hasta el exceso") a
Jesús de Nazaret. Para él, "lo característico de Jesús es el amor a los
enemigos" o poner la otra mejilla, es decir "sorprende a tu enemigo y fíjate qué
pasa".
Partidario del coraje y de
arriesgar, porque "donde hay conflicto arde el fuego" y, porque, además, "la
vida me ha demostrado que Dios es bueno". Un Dios al que siente "en las
estrellas, en el amor, en la música, en la literatura y en la palabra de la
Biblia"
Y no tiene empacho en
declararse admirador del Dalai Lama o de Ghandi.
Algunos de sus consejos: "Todo lo bueno puede ser objeto
de abuso, hasta lo más excelso". O "hay que aprender a regalar dicha a otras
personas". O "el asombro puede llevar a Dios".
José Manuel Vidal
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