DONDE
ESTAMOS?
José Marins
Un canal
católico de TV está mostrando todo el clero de una diócesis, con su obispo,
celebrando apoteóticamente la Eucaristía, en la Basílica Mariana Nacional. Atractivo
espectáculo litúrgico coreográfico. Resuena el gran órgano con los himnos
sacros. Desfilan los clérigos, debidamente ornamentados para la magnífica
celebración. El arzobispo viene al final, con sus seminaristas convocados para
la ocasión y el servicio directo del celebrante principal. Conmueve la devoción
de los fieles. Nadie duda de que sea un momento especial de gracias y de
pública demonstración de religiosidad. Seguro que el Espíritu de Dios estará
actuando en los corazones. Se escuchará una homilía episcopal. Con mucha piedad
se va compartir el pan y el vino consagrados. Los flashes de las fotos como que
revelan una tempestad espiritual. Después de la misa por lo menos el clero con
su obispo tendrán una foto colectiva y conmemorativa para figurar no próximo
boletín arqui-diocesano. También un arqui-almuerzo digno de la ocasión. Y a
llenar los buses y los carros para volver a casa.
No hubo un momento para reflexionar juntos sobre los más urgentes eventos que en
estos días han abalado el país: en dos lugares, los “señores” de las drogas han
torturado y masacrado a jóvenes indefensos e inocentes (que no hacían parte de
ningún cartel, tampoco eran criminales). En otra arena, la nación está en
vísperas de elecciones. Nadie identifica en la gran mayoría de los candidatos,
propuestas en línea de una respuesta efectiva para el sufrimiento endémico
causado por el desastroso sistema de salud, de educación, de habitación y
seguridad. Toda esta gente, representativa de una fe con propuesta de un mundo
mejor, según la proclamación por la cuál Jesús dio su vida, dejó pasar una
extraordinaria oportunidad de levantar su voz profética y de orientación.
El mismo esquema “pastoral” se repite a cada
domingo, cuando los creyentes que todavía van a las Iglesias, se reúnen para
cantar, escuchar predicaciones, recibir la comunión, cumplir con el precepto
dominical y volver para el cotidiano de una vida orientada por la TV y las
propuestas del consumo.
Los momentos religiosos colectivos (en
grandes o pequeñas arenas) no analizan a la luz de las propuestas evangélicas,
lo que está pasando en la nación y en el mundo.
Entonces la religión seguirá siendo
desmoralizada por desinteresarse de la totalidad de las vidas humanas. Las
periferias continuaran procurando simulacros de soluciones para sus problemas
de salud, de miseria y de sentido para vivir. Otros muchos llenaran las playas
o estadios alucinados por el espectáculo de sus clubs y héroes del deporte
dominante, no importando que no pocos de los jugadores reciben salarios
altamente inmorales en un mundo de pobreza. Están cada día más ricos e menos
dignos de respeto por sus gestos públicos que revelan decadencia moral e
irresponsabilidad social.
Los cristianos, individualmente o como
comunidad eclesial, ya no pueden aparecer en público solamente manifestando
devociones (ciertamente sinceras), pero que son paralelas à vida atribulada de
la gente, desfigurando al Jesús de los Evangelios. El mensajero de Dios que
colocó en riesgo su vida por comprometerse con los marginados, los que sufrían
todo tipo de opresión socio, político, cultural e religiosa.
Cada gesto religioso, cada profesión de
fe conlleva un compromiso de denuncia, convocación, orientación, esperanza para
la sociedad en que estamos.
Es urgente
que haya una revisión más a fondo de los momentos en que las convocaciones de
fe reúnen a los bautizados. Hacia donde se mira? Cuáles son las señales de los
tiempos que se pueden identificar? Hacia donde iremos? Con quienes? Que nos
dice Dios en esta hora? Lo estamos escuchando? Entendiendo?
Obedeciendo?
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