segunda-feira, 24 de dezembro de 2012

OS 10 MANDAMENTOS - Uma visão interessante


OS DEZ MANDAMENTOS (JOAN CHITTISTER, LAWS OF THE HEART.     

Dez encontros salvadores que nos podem salvar do fazio, do fracasso vital e de ficar fora do Reino de Deus.

1.  Lei da Plenitude (Ama a Deus)

2.  Lei do respeito ao sagrado (O nome de Deus)

3.  Lei do espaço sagrado (Guarda o dia do Senhor)

4.  Lei da gratidão (Respeito a pai e mãe)

5.  Lei da vida a ser valorizada (não matar)

6.  Lei do compromisso (castidade)

7.  Lei do compartilhar (não roubar)

8.  Lei do testemunho (Verdadeiro não falso)

9.  Lei do auto controle (A mulher do próximo)

10.            Lei da segurança (Coisas alheias)

Os 10 mandamentos são uma nova visão do que vem a ser uma comunidade humana. São dez orientações que nos transformam.  Só uma vez (Ex 34) as tábuas do Sinai são chamadas “Mandamentos”. Today, what we call progress has turned against us. Some people have more than enough and other have less than needed.

1.  Eu sou o Senhor, não terás outros deuses.

Que é realmente importante nas nossas vidas? Esta lei nos salva das desilusões que no fim de tudo nos desapontam. Passamos de uma relação a outra e decobrimos que não conseguimos aperfeiçoar nada

 

Até Hammurabi, a lei era a vontade do rei. Todas as culturas do Oriente Medio tinham um código de leis (por es. No Alcoração: shariah, “Deus é o leste e o oeste, e para onde voltes aí está a a face de Deus; no Budismo: Sermãos do Lotus, preceitos budistas; no Hinduismo, os vedas: Bhagavad-gita.

 

2.  Lei do respeito al nome de Deus.

Pecado; usar o nome de Deus para fazer o que Deus nunca faria. São os que tomam por certo que sabem o que Deus quer. Pensam que quando falam, Deus falou...

Invocam a Deus para justificar preconceitos. Fazem Deus responsável pelo que odiamos, como se ele nos mandasse doenças e punições como terremotos, seca, etc. Deus passa a ser como um instrumento para punir. Quase todos os maiores atos de destruição da historia foram realizado usando o nome de Deus para legitimá-los: cruzadas, inquisição, apartheid.

- Si os textos sagrados dificultam a busca da paz e da justiça, certamente devem ser re-interpretados.

 

3- O descanso sabático revelava que pelo menos, um dia por semana, todos eram iguais. Paravam para dizer que a finalidade da vida não era o trabalho. É a oportunidade para avaliar tudo.

     O pecado sempre foi o de não buscar a Deus seriamente

 

4.  Os pais não são os melhores do mundo... não fizeram todo o possível, mas sim tudo que lhes era possível. Pai e mãe, a enorme possibilidade de aprender a superar qualquer egoísmo em função do mais débil (crianças que geraram).

5.  Lei da Vida.

No século XX tivemos 60% dos mortos de todas guerras do mundo.

Se o assassinato não é um crime, então porque criar leis para puní-lo com a morte? Se é crime, porque duplica-lo com outro crime, matando o assassino. Toda instancia de matar viola o mandamento.

A salvação da humanidade esta em que todos sejam responsábeis por todos.

“You shall enable life—Deves fazer que a vida possa acontecer.

 

When one part of life dies in us, or is taken from us, it is resurrection time. Life is a series of little deaths out of it life always returns.

 

Comer sem criterios, beber sem controle, fumar, drogas... things that are killing us… Matamos o future antes que chegue

6.  Lei do compromisso.

“Ninguém importane cumpria esse mandamento. Salomão tinha 600 mulheres e nunca foi punido por isso. Jacob tinha duas Leah e Raquel.

O matrimonio no era fundamentado no amor

K.RAHNER. CONCILIO VATICANO II


KARL RAHNER

SIGNIFICADO PERMANENTE DEL VATICANO II

Karl Rahner fue, sin duda, uno de los expertos más activos y influyentes del Concilio.

Su vasto y profundo pensamiento teológico, a caballo entre el neoescolasticismo y el

existencialismo heideggeriano, le permitía enfrentar desde la fe el reto de la

modernidad. Su discurso, balanceándose a veces con el ritmo contrapunteado de la

dialéctica, cortante, otras, con nítidas y precisas distinciones, pero siempre en un

perfecto latín que era la admiración de los Padres conciliares, causaba un gran

impacto. Su gran humanidad, abierta de par en par a todo -Iglesia y mundo- y a todos -

representantes de la vieja Europa y de América, y responsables de las nuevas iglesias

del Tercer Mundo- le hizo capaz de auscultar las más leves palpitaciones dula

asamblea conciliar y tomarle el pulso a la Iglesia del momento. Todo esto le permitió

juntar un gran caudal de experiencia sobre el Concilio. Fue justamente esa experiencia

la que, en una conferencia pronunciada en la "Weston School of Theology" de

Cambridge, Mass., [1979] le dio la ocasión para exponer su intuición sobre lo más

significativo del acontecimiento conciliar. El mismo año publicó el artículo que

presentamos, en el que completa: y amplía esa intuición. Nadie como él para señalar lo

que hay de permanente en él Concilio, aquello que, cuando los que allí estaban ya no

estén, ha de seguir latiendo en el corazón de la Iglesia.

Die bleibende Bedeutung des Zweiten Vatikanischen Konzils, Stimmen der Zeit, 197

(1979) 795-806.

 

¿Tiene el VATICAN II  un significado permanente? He ahí la pregunta que hoy se hacen los

cristianos para quienes la Iglesia todavía significa algo. Antes de responder a ella,

hagamos algunas observaciones previas.

 

1. Todo acontecimiento histórico, cuando se realiza, levanta una polvareda, despierta

emociones contrapuestas, va acompañado de expectativas y temores de todo tipo,

contrasta con las interpretaciones de los contemporáneos. Todo eso pasa rápidamente y

no tiene que ver con el significado del acontecimiento.

2. La cuestión del significado del Concilio puede plantearse a nivel de Iglesia universal

y a nivel de iglesia regional. Sería triste para una determinada iglesia que el Concilio no

significase nada para ella, pero esto no afectaría a la Iglesia universal.

3. La respuesta a la cuestión de fondo, aunque se formula en indicativo, en última

instancia es imperativa para la Iglesia de hoy y de mañana. Partimos del convencimiento

de que el Concilio ha planteado a la Iglesia nuevas tareas y exigencias nuevas. Es algo

que no ha pasado, que está ahí exigiendo un quehacer futuro. La tesis que voy a

formular a continuación ha de servirnos de punto de partida para dar una respuesta a la

cuestión del significado.

Concilio de la Iglesia universal

El Concilio es para mí el primer acto en la historia, en que la Iglesia comenzó

oficialmente a realizarse como universal. En los siglos XIX y XX la Iglesia poco a poco

pasó de potencialmente mundial a realmente mundial, de ser una Iglesia de exportación

europeo-occidental a estar presente en todas partes, no únicamente a base del sistema de

exportación, sino con un clero nativo consciente de su propia responsabilidad. Y esta

Iglesia de los pueblos, por primera vez en la historia, ha ejercido su influjo en el

Concilio, tanto en el campo doctrinal como en el jurídico.

Aun sin negar el peso específico de las iglesias regionales de Europa y América, el

Concilio fue realmente universal. A diferencia de los concilios anteriores, incluido el V.

I, el protagonista aquí fue un episcopado procedente, de todo el mundo. Si partimos de

esta tesis, que no necesita demostración, no nos hemos de preguntar ya, desde una

perspectiva europea estrecha, qué nos ha aportado -por más que sea- a nosotros el

Concilio, sino cuál ha sido su significado permanente como Concilio de todos los

pueblos.

Unidad pluriforme de la Iglesia de los pueblos

Comencemos por el hecho de la derogación del latín como lengua común del culto. Sin

el Concilio, el latín hubiera continuado siendo la lengua litúrgica de la Iglesia católica.

No es preciso ser un profeta para afirmar que este cambio es irreversible. De momento

Roma recurrirá todavía al latín para que sirva de pauta a las liturgias vernáculas.

Ciertamente que las liturgias regionales encontrarán en la unidad de la Iglesia y en la

esencia teológica del culto cristiano el fundamento último de su unidad. Pero, la

pluralidad lingüística generará un proceso diversificador cuya relación con su único

fundamento, hoy por hoy, no podemos prever. A la larga, la liturgia de la Iglesia dejará

de ser una simple traducción de la liturgia romana, para convertirse en liturgias

autóctonas, cuyas peculiaridades no serán sólo las lingüísticas.

Es evidente que las antiguas liturgias del Próximo Oriente no pueden servir de modelo

para esas nuevas liturgias, que no tienen por qué renegar de su origen histórico, que es

la liturgia romana. Pero, hoy por hoy, no es fácil predecir hasta qué punto se irán

diferenciando de ella. Ahora bien, si la esencia de la Iglesia se manifiesta en la liturgia,

la formación de liturgias regionales propias conllevará el surgimiento de auténticas

iglesias regionales con entidad propia. Esto es mucho más de lo que las divisiones

territoriales administrativas son para un Estado.

Relación Iglesia-mundo

Tanto en la GS como en el Decreto sobre la libertad religiosa, la Iglesia intentó

describir, no por condicionantes externos, sino desde su propia realidad, la relación con el mundo secular. Hay allí afirmaciones sobre su renuncia al uso del poder y la

fuerza externa, sobre la dignidad de la conciencia, incluso la errónea, sobre la

legitimidad de un mundo secular sin la tutela de la Iglesia. Claro que uno podría

interpretarlas como algo que justamente ese mundo secular arrancó a la Iglesia contra su

propio sentir o, en todo caso, como expresión, no del cristianismo, sino de la mentalidad

liberal de los cristianos contemporáneos. Pero, si resulta que la Iglesia se toma tan en

serio el Concilio, que ahora está dispuesta a renunciar al poder en el ámbito secular

incluso allí donde podría incrementarlo y que, contra toda posible tentación, sigue en

pie la exigencia del Concilio de no ceder ya más en eso, entonces sí que el Concilio ha

hecho algo permanente.

Es posible que particulares - iglesias o responsables- caigan todavía en la tentación de

pretender imponer a los no cristianos sus convicciones religiosas mediante presiones

políticas. Antes del Concilio, pudo una mentalidad clerical afirmar que la falsedad y el

mal carecían de derechos o, en todo caso, sólo por razones tácticas podían tolerarse:

Después del Concilio, semejante concepción debe ser condenada en nombre del

cristianismo. No se podrá ya limitar la libertad de los demás en nombre de la verdad del

cristianismo.

El significado del Concilio no se limita naturalmente, a este solo aspecto. Pero la

tendencia de los Estados islámicos fundamentalistas, que imponen el Corán como única

ley civil, nos muestra hasta dónde se puede llegar. ¿Haríamos, si pudiéramos, lo mismo?

¿O renunciaríamos por principio a un poder político semejante, si pudiéramos tenerlo?

En este punto el V. II se nos presenta todavía como tarea. También en orden al bien

común se necesita -dice el Concilio- poder y fuerza Pero los :cristianos no estamos

obligados a ir a la caza de utopías irreales. De hecho; en el Concilio la iglesia ha

renunciado por principio a una buena parcela de poder que tenía antes a su disposición.

Se ha traspuesto una frontera y no hay que dar ni un paso atrás.

La teología del Concilio

1. Teología de transición. En la situación de transición en que se vivía, la teología

neoescolástica estaba en posesión. Dominaba de un modo alarmante en los esquemas

previos, preparados por las respectivas Comisiones romanas y que consideraban

definibles el limbo* y el monogenismo*. Ahora de estos dos teologúmenos* apenas si

se habla. En el Concilio mismo dominaba el latín en la .forma de aquella neoescolástica

de manual, para la que el NT resultaba ser un repertorio de pruebas, sin referencia

alguna a la teología bíblica. Esta era una vertiente de la teología del Concilio, de la que

no sería justo dejar una impresión totalmente sombría y negativa. Por el contrario, hoy

sería muy deseable que los jóvenes teólogos aprendiesen algo de la exactitud conceptual

de la neoescolástica* y de su atenta referencia a la doctrina del magisterio.

Pero la teología del Concilio tuvo otra vertiente. Era más bíblica que la neoescolástica.

No sin titubeos, se planteó temas que no provenían de la neoescolástica. Y puso freno al

maximalismo teológico por ej. en mariología. Tenía la convicción de que, aun sin

definiciones dogmáticas, se pueden decir, cosas importantes en teología. Puede- que a

éstas ,sin ser nuevas ni controvertidas, no se les haya sacado todo el partido, por no

haber sido explicadas adecuadamente. Así la sacramentalidad de la ordenación

episcopal, la colegialidad y la redefinición de la inerrancia bíblica como verdad y de una

inspiración compatible con el carácter de la obra literaria y de su autor humano. Situada

entre estas dos vertientes, la teología del Concilio fue, pues, una teología de transición.

 

2. El problema después del Concilio. De esta teología que recibió el espaldarazo en el

Concilio se trata ahora de saber si, cómo y con qué rapidez se desarrollará. Lo que en el

postconcilio ha emanado de la Congregación romana de la Fe, aunque, sin su impulso,

conserva algún rastro de la teología conciliar, resulta demasiado neoescolástico en su

temeroso rechazo de los intentos teológicos contemporáneos, excesivamente receloso y

poco creativo en las cuestiones que se plantea la teología actual. S e trata de una

teología que se pone a la defensiva, que advierte y prohíbe, pero que no es capaz de

apoyar de tal forma sus advertencias y prohibiciones -en sí acaso no siempre

injustificadas ni inútiles- con, razones sacadas de un contexto vio y amplio de toda la fe,

que resulte comprensible para quienes están dispuestos a pensar y vivir de esa fe.

Pero la Congregación de la Fe no continuará así eternamente. No podrá más o menos

conscientemente secuestrar la teología de la Iglesia universal imponiéndole fronteras

que el Concilio derribó una vez por todas. No tratamos de profetizar, sino de sugerir

tareas y suscitar esperanzas, sobre todo cuando en la teología de los diez últimos años se

advierten síntomas de cansancio y un giro hacia lo puramente pastoral, hacia una

pedagogía religiosa antropocéntrica de falsa ralea, que encierra al hombre sobre sí

mismo.

 

3. Teología plural. A pesar de todo, la teología continuará su camino novedoso. De

acuerdo con el Concilio, llegará a ser una teología plural de todos y para todos los

pueblos. Y no será un artículo de exportación de los países occidentales. América Latina

ha formulado ya explícitamente su reivindicación de una teología autóctona. Pero la

teología de la liberación no tiene por qué ser el único modelo de esa teología. Es de

esperar que en África y en el Extremo Oriente se produzcan teologías propias

confrontadas con sus propias culturas. Nosotros, los occidentales, no precisaremos, por

mucho tiempo, ser exportadores de nuestra teología.

Pudiera parecer como si la tecnología occidental no tuviera ya cometido alguno. Esto no

es así, porque la teología tiene el cometido insoslayable de anunciar la Buena Nueva a

lo largo de la historia y en las nuevas situaciones que en ella se producen. Además la

teología occidental tiene aún una demanda acumulada. Ha de ser misionera. Ha dé

dirigir su mensaje, no sólo a los que se sienten en la Iglesia como en casa, sino también

a aquellos para quienes el cristianismo, por múltiples razones, les resulta ya extraño. Por

esto, la teología deberá ser a la vez dogmática y fundamental. Es así como, de paso,

podrá prestar un servicio a las restantes teologías, en la medida en que Occidente, con

su Ilustración y su racionalidad tecnológica, se ha convertido, de alguna forma, en punto

de referencia del resto del: mundo.

 

4. La teología del futuro. No se trata aquí de determinar con precisión cuál ha de ser la

teología del futuro, sus exigencias y su novedad. Lo que sí podemos asegurar es que,

después del Concilio, un nuevo impulso es no sólo posible, sino legítimo.

La teología no puede ofrecer ya el espectáculo monótono de una neoescolástica a todo

pasto. Y es de esperar que en adelante los candidatos mejor dotados para el sacerdocio y

el episcopado de las denominadas tierras de misión no hayan de estudiar en Roma, para

ser allí iniciados en una idéntica neoescolástica.

Ha de surgir, pues, una teología universal, que necesariamente deberá abordar las

cuestiones urgentes de cada medio cultural, dejando de ser monolítica. Y precisamente

esta diversidad, que no puede ser ya negada, deberá determinar la peculiar forma: de ser

de la teología universal: Es evidente que el magisterio romano deberá ocuparse de otros

quehaceres y deberá emplear procedimientos distintos a los habituales en tiempos en

que tenía que expresarse en el seno de una misma cultura.

 

Ecumenismo: cambio de actitud

1. Dificultad del cambio. El Concilio significa un corte en la historia de las relaciones

de la Iglesia católica con las otras Iglesias cristianas y con las religiones no cristianas.

Ciertamente existía ya en la conciencia de la Iglesia de todos los tiempos una

convicción de fondo que legitima este cambio radical. Sin embargo, esa convicción no

era operativa. Porque se seguía pensando que los no cristianos yacían en las tinieblas del

paganismo y sólo podían ser salvos por la predicación del Evangelio. Y a los no

católicos se les veía como a una masa de herejes que había que convertir a la única y

verdadera Iglesia católica, sin que esto implicase ningún cambio significativo por parte

de ella.

No es fácil introducir en la conciencia teológica el cambio producido con el Concilio,

pues las razones teológicas que lo legitiman se daban ya con anterioridad. Tales son el

principio de la voluntad salvifica universal de Dios en Cristo; la doctrina de una posible

justificación sin los sacramentos, dada la voluntad implícita de pertenecer a la Iglesia; el

valor del bautismo administrado fuera de la Iglesia católica. Estas evidencias teológicas,

que siempre se dieron, pueden producir la impresión de que nada cambió en la relación

entre la Iglesia y el resto de la humanidad. Por otra parte, a diferencia del ingenuo no teólogo,

el teólogo católico no puede concebir la aproximación y la relación positiva

entre las confesiones cristianas y de éstas con las demás religiones como si no existiera

ninguna diferencia significativa y, por tanto, como si no quedara nada por hacer, como

si la estructura esencial de la Iglesia católica no fuera más que un producto arbitrario de

la casualidad histórica, que vendría a explicar por igual, tanto la historia de las otras

religiones como la suya propia. Estos dos escollos uno por la derecha y otro por

izquierda nos impiden llegar a puerto. Intentemos explicar mejor el cambio operado por

el v. II, aunque lo que digamos para uno sea demasiado y para otro poco.

 

2. Cómo explicar el cambio. El cristianismo tuvo siempre el convencimiento de que

existe una verdadera revelación histórica, una historia de la fe, la cual no es reiterativa,

sino que siempre es novedosa, siempre acontecen en ella cambios profundos.

Naturalmente, con el acontecimiento de Jesucristo se hizo presente la profundidad

inexhaurible e irrepetible de la historia de la Revelación, que no es posible ni disimular

ni trivializar aquí. Pero con esto la conciencia de fe de la Iglesia no deja de ser una

magnitud histórica que es unidireccional y tiene cortes profundos. Si esto no queda

claro en el resto de la sobre la historia de, los dogmas, es porque hasta ahora ésta se ha

concebido como el resultado de deducciones lógicas a partir de la Revelación originaria.

¿Qué novedad aportó el Concilio en ese avance unidireccional e irreversible? Ante

todo,  la cristiandad católica adoptó en el Concilió una actitud nueva y distinta con

respecto a los otros cristianos y a las otras religiones no cristianas. Y esto fue ratificado

como lo auténticamente cristiano.

Lo decisivo en este cambio de actitud radica en que su grandeza y radicalidad se oculta

en nuestra conciencia cristiana mediocre y se vuelve anodina mediante una mentalidad

literal y relativista que la juzga, de antemano, como una evidencia trivial. Para esa

mentalidad, en el Concilio no hubo nada nuevo, nada que, fuera de los guetos clericales,

no se conociese desde mucho tiempo atrás. No hay por qué negar que, históricamente,

esa mentalidad liberal proporcionó, de hecho; el clima en el que pudo surgir, por

primera vez, la nueva conciencia ecuménica. Pero esta conciencia brotó de sus propias

raíces cristianas y, como tal, es cristiana. Esa nueva mentalidad deja atrás

definitivamente aquella otra, que ha perdurado durante medio, milenio, y se convierte

en vinculante para la Iglesia presente y venidera.

Tomándolo todo sin dejar nada, sin negar los gérmenes de futuro que existen en el

pasado, entonces habrá que afirmar: antes del Concilio, la Iglesia católica consideraba

a las otras Iglesias cristianas como organizaciones heréticas, como comunidades que se

separaron de la Iglesia por error o falta, y que deben convertirse a ella para poder

encontrar la verdad plena y la perfección cristiana. Para esta antigua concepción; las

religiones no cristianas se identificaban con las tinieblas del paganismo, que es lo único

que produce en religión el hombre dejado a sí mismo. Desde una perspectiva

ecuménica, las Iglesias no cristianas pueden aportar una herencia histórica positiva a la

historia de la cristiandad, que ni siquiera se dio en la primitiva Iglesia. Y las religiones

no cristianas ejercen, una función salvifica positiva para la humanidad no cristiana.

Todo esto no se encontraba de hecho explícitamente en la conciencia de la Iglesia.

Ahora, tras el Concilio, esa conciencia existe sin que pueda volverse atrás, puesto que

no es producto de una mentalidad liberal, sino que constituye un factor esencial en el

desarrollo de la conciencia cristiana, como tal.

Una vez más: el que sostiene una diferencia de principio entre verdad y error, el que

reconoce la pretensión de auténtica absolutez de la cristiandad y de la Iglesia, el que

atribuye a, determinadas fórmulas dogmáticas e. instituciones religiosas un significado

fundamental, que interviene en la decisión sobre el destino eterno de los hombres, no

puede explicar el cambio operado con el Concilio como algo obvio, sino que lo deberá

reconocer como un acontecimiento fundamentalmente cristiano, como una victoria del

cristianismo y no del liberalismo. Este deberá estar dispuesto a cargar con todos los

problemas teológicos que ha planteado el cambio, lo cual ni es fácil ni dejará de ser

tarea durante mucho tiempo.

Optimismo salvifico universal

El pesimismo de Agustín: Podemos ir todavía más allá, para darnos cuenta de una vez

de lo que el Concilio significa para la Iglesia, a pesar del desinterés de los cristianos. No

hay duda de que se es injusto con Agustín reduciendo a un solo punto el enorme

despliegue de su teología:: Tampoco debe ignorarse que' la historia de la conciencia de

la fe ha ido avanzando desde él hasta nosotros paso a paso y que en la evolución de esa

conciencia han intervenido, como catalizadores, muchas causas históricas. Esto

supuesto cabe afirmar: Agustín ha inaugurado una manera de concebir la historia del

mundo y la ha enseñado a la cristiandad por la que, partiendo de la incomprensibilidad

de la disposición divina, la historia del mundo resulta ser historia de la massa damnata*,

de la que sólo unos pocos, por la gracia singular de la predestinación*, se libran. A

pesar de que Agustín constató una y otra vez que los hay en la Iglesia que. parecen estar

fuera y viceversa, para él el círculo de los que se salvan coincide casi totalmente con el

de los que creen explícitamente y pertenecen a la Iglesia. El resto forma la massa

damnata, destinada, por incomprensible juicio de Dios, a la ruina eterna.

Este pesimismo salvifico de Agustín fue transformándose poco a poco y muy

laboriosamente en la conciencias de la Iglesia, tanto teórica como existencialmente.

Desde la condenación de los niños que mueren sin bautizar hasta el rechazo del limbo

por los teólogos actuales, había que recorrer un largo camino. Hubo que ir componiendo

pieza a pieza ese mosaico del optimismo salvifico, que sólo puede malograr la mala

voluntad del individuo, de la que se sigue esperando que triunfe el poder de la gracia. El

que abrió de par en par las puertas a ese optimismo fue el V II.

 

2. Aportaciones del Concilio. El V. II afirma lo siguiente: el que, siguiendo su

conciencia, es ateo, conecta con el misterio pascual; de un modo que sólo Dios conoce,

la Revelación contacta con todo ser humano, que tiene así acceso a la fe; los que en la

oscuridad buscan a tientas al Dios desconocido no andan lejos del Dios verdadero, si

llevan una vida recta. Con estas afirmaciones el Concilio deja claro que la Iglesia no es

tanto la comunidad de los únicos salvados, como el sacramento, el germen de salvación

para todo el mundo.

Claro que uno puede decir que este optimismo salvifico universal queda en pura

hipótesis, ya que puede naufragar por culpa de cada uno, y que esto ya se enseñaba

comúnmente antes del Concilio. Cierto: ni la Iglesia postconciliar ha proclamado una

apocatástasis* ni la preconciliar dejó de anunciar la voluntad salvifica universal. Pero la

doctrina preconciliar era muy abstracta y ponía condiciones que, después del Concilio,

no pueden mantenerse. El Concilio ha sepultado en el silencio el limbo; tiene la osadía

de postular la Revelación y, por consiguiente, una auténtica posibilidad de fe allí donde

el anuncio cristiano no llega; no acepta la confesión de ateísmo como prueba clara de

que una persona está excluida de la salvación. Todo esto, ciertamente no concuerda con

la doctrina tradicional preconciliar.

También se podría objetar. antes, tanto en teoría como en la praxis religiosa, se juzgaba

culpables -nunca de un modo absoluto- a los que se oponían formalmente al

cristianismo o a la Iglesia, al menos fuera de las áreas religiosas primitivas. Tal actitud

no era incomprensible como hoy pudiera parecer. Si, según el v. I, existen argumentos

claros, evidentes y accesibles a los hombres de todos los tiempos, a favor tanto de la

existencia de Dios y de la Revelación como del origen divino de la Iglesia, se sigue la

culpabilidad de los que rechazan dichos argumentos y se oponen a la fe cristiana y a la

Iglesia.

De esta doctrina ni rastro en el v: II. El Papa abraza a los jefes de las Iglesias no

católicas y a los no cristianos. Un Cardenal de la curia romana puntualiza en Túnez que

Mahoma fue un auténtico profeta. Todos los diálogos ecuménicos dan por supuesto que

los interlocutores viven en la gracia de Dios. A pesar del rechazo de una teórica

reconciliación universal -apocatástasis-, la Iglesia, en el Concilio y en su manera

práctica de proceder, parte del supuesto de que la gracia de Dios, no sólo se ofrece a la

libre decisión del hombre, sino que se abre camino en ella. Cierto que esta actitud tiene

una larga historia tras sí. Pero sólo en el v. II se hizo clara e irreversible. Puede ir a más,

pero desaparecer, no.

 

3. El ayer y el hoy. Ayer la teología se preguntaba angustiosamente cuántos se librarían

de aquella massa damnata. Hoy se pregunta si lo que debe esperarse no es que se salven

todos. Esa pregunta y esa actitud es más cristiana que la de antes y es el fruto de una

larga maduración de la conciencia cristiana, que se acerca más al mensaje definitivo de

Jesús sobre la victoria del Reino de Dios. Al liberal burgués de hoy esa actitud le puede

parecer obvia, porque nada sabe ni del incomprensible juicio de Dios ni de su santidad

abrasadora y, por esto, -se le antoja que el mensaje de la victoria de la gracia de Dios en

el mundo tiene que ver con una justificación de Dios ante el tribunal de los hombres.

Pero para quien rastrea el misterio de Dios, para quien vislumbra la espantosa lobreguez

de la historia humana, el optimismo salvifico universal, por el que, tras larga reflexión,

se ha decidido la Iglesia, es un mensaje sorprendente que reclama toda la fuerza de su

fe.

Conclusión

Al comienzo he avanzado la tesis de que, con el Concilio, la Iglesia comenzó

oficialmente a realizarse como universal. Esa Iglesia universal se ha presentado al

mundo y le ha dicho que ella, con todas las fallas de su historia y todas las oscuridades

de su futuro, se sabe acogida por Dios, por cuyo amor sin límites se ofrece al mundo

como su fundamento, su fuerza y su destino, y lleva a cabo desde sí misma el

ofrecimiento de liberación de la historia humana. Con el Concilio, la Iglesia se ha

renovado, se ha convertido en Iglesia de los pueblos y, como tal, proclama al mundo un

mensaje que, si no es otro que el mensaje de Jesús, hoy se anunc ia con la novedad de

estar más libre de condicionamientos y de ser más valiente que antes. Desde ambas

perspectivas -la del que anuncia y la de lo anunciado- ha acontecido algo nuevo, que es

irreversible y permanente. Si nosotros, con la mediocridad aburguesada de nuestra

actividad eclesial, estamos aquí y ahora asumiendo y viviendo esta novedad, es otra

cuestión. En todo caso, es la tarea que nos queda por delante.