Giovanni Franzoni,
Observaciones del
Abad Beneditino Giovanni Franoni, uno de los Padres Conciliares sobre algunos
momentos y textos conflictivos del Vaticano II.
2011, Congresso Teológico en España- LA NOTA EXPLICATIVA PREVIA.
Cuando, en
noviembre 1964, el Concilio finalmente se preparaba para aprobar solemnemente
la Constitución sobre la Iglesia, el papa Montini obligó a añadir al texto una "Nota explicativa
previa" al tercer capítulo de la Lumen gentium, precisamente aquel
que afrontaba el tema de la colegialidad, o sea la relación entre el primado
papal y el poder del colegio episcopal. La Nota reitera en modo exasperado el
poder papal, dándole una interpretación que en perspectiva vaciaba de contenido
la colegialidad episcopal que era afirmada en la Lumen Gentium (para ser
preciso recuerdo que el texto conciliar no usa nunca el substantivo
"colegialidad" sino que habla del colegio de los obispos). Esa repite
cien veces que tal colegio no puede nada "sin su jefe", o sea, sin el
Sumo Pontífice. Salvo excepciones, la Curia romana sostuvo siempre que la Nota
previa era un acto del Concilio. Pero no es así, es un acto papal,
responsabilidad plena de Pablo VI. El Concilio simplemente ha tomado nota, pero
formalmente sin hacer propio el texto.
- LA MARIOLOGIA DE PAULO VI
“Siempre a
propósito de la Lumen gentium: cuando se empezó a discutir el capítulo octavo,
que habla de la Virgen María, el episcopado polaco - guiado por el cardenal
Stefan Wyszynski- se batió enérgicamente para que en el texto la Virgen fuera
proclamada "madre de la Iglesia". Un título que la mayor parte de los
padres conciliares retenía teológicamente insostenible, puesto que preferían
imaginarla "en"
la Iglesia como discípula de Jesús, y no "sobre" la Iglesia. Los polacos
insistieron, y los otros también. En conclusión, en el texto final, el
discutido título no aparecía. En el discurso del 21
Noviembre 1964, el mismo día en que el Concilio aprobó solemnemente la
constitución Lumen gentium, Paulo VI él proclamó la Virgen María "madre de
la iglesia
- SOBRE EL CELIBATO DE LOS PRESBÍTEROS EN LA
IGLESIA LATINA.
Cuando con el
decreto Presbyterorum ordinis, en la cuarta sesión nos
preparamos para discutir sobre el ministerio y la vida sacerdotal, se debía
afrontar el problema del celibato obligatorio para los sacerdotes de la Iglesia
latina. Surgieron intervenciones completamente favorables a mantener la ley en
vigor, pero también alguna intervención que preveía la hipótesis de aquellos
que más tarde serían llamados en latín viri probati, o sea hombres maduros, con
una vida profesional hecha y padres de familia, que podrían ser ordenados
sacerdotes.
Estas intervenciones
"progresistas", si bien raras, turbaron al papa que entonces escribió
una carta al cardenal Eugenio Tisserant, primus inter pares del Consejo de presidencia
del Concilio, pidiendo que informara a la asamblea que el pontífice se reservaba para sí la cuestión del
celibato sacerdotal; así fue como la discusión del Vaticano II en el
mérito fue truncada. Más tarde, en 1967, el papa Montini publicaba la encíclica
Sacerdotalis caelibatus en la que rechazaba toda hipótesis de cambio de la ley
en vigor.[1]
- CONTROL DE LA NATALIDAD
También sobre
Gaudium et spes el papa hizo una intervención autoritaria que tuvo graves
consecuencias. Cuando se discutió sobre los métodos moralmente legítimos para controlar
la natalidad, numerosos padres - Suenens y Maximos IV entre otros - sostuvieron
que a los cónyuges se les debía otorgar libertad de conciencia; tesis
contradicha por padres menos numerosos pero más combativos. Decididos a
reafirmar la Casti connubii, la encíclica con la que en 1930 Pio XI declaraba
ser culpa grave impedir el normal proceso de procreación de un único acto
conyugal, los padres "conservadores" se opusieron con todos los
medios a las anunciadas aperturas y novedades. Los "progresistas"
confirmaron - se había descubierto "la píldora" poco tiempo antes -
que no era sabio oponerse a la ciencia, y emitir sentencias en campos tan
opinables. Pareció claro que la gran mayoría del Concilio era favorable a la
tesis "abierta". Intervino, entonces, Pablo VI reservándose la determinación de los medios
moralmente lícitos para regular la natalidad. Lo hizo con la encíclica Humanae
vitae, de la que hablaremos mas tarde.
- LA QUINTA SENSIÓN CONCILIAR
Recordaré, por
último, que muchos padres, ya fascinados del debate conciliar, y cada día mas
conscientes de la puesta en juego, esperaban que después de la cuarta sesión
hubiera otras. Mas, abriendo aquella, el secretario del Concilio, monseñor
Pericle Felici, después de haber explicado a los padres el programa de los
trabajos, anunció que la cuarta sesión erit ultima, sería la última. Así,
obviamente, lo había decidido Pablo VI, que temía que el alargarse del Vaticano
II habría dado sombra a la autoridad papal. Así, lo que al iniciar la tercera
sesión había sido solo una sugerencia ahora se convertía en una dura
imposición.
- LA TIARA PAPAL
Montini no hizo
solo estas intervenciones. Hizo otras y de distinta orientación. Aquí recordaré
una, que me pareció entonces y me parece aun hoy de gran significado histórico,
teológico y eclesial.
Un obispo italiano intervino un día,
observando que invocar una "Iglesia de los pobres" no decía nada
nuevo ya que la Iglesia había sido siempre de los pobres. A continuación tomó
la palabra Maximos IV Saigh que en una breve y seca
intervención de respuesta dijo que era verdad que la Iglesia había sido siempre
"para" los pobres, pero los había dejado siempre pobres. Y
dado que estaba ya en auge un fuerte movimiento de rescate de la pobreza, el
patriarca concluía diciendo que era oportuno que la Iglesia fuera
"con" los pobres.
Pues bien, pocos días más tarde, Maximos celebró en San Pedro una liturgia en rito bizantino;
sentado en un pequeño trono colocado en la parte opuesta del crucero, Pablo VI
asistía a la misa con la tiara en la cabeza. Al ofertorio el papa se quitó la
tiara (aquella preciosa que le donaron los católicos milaneses cuando fue elegido
papa en el 1963) se alzó, atravesó todo el presbiterio y la colocó sobre las
rodillas del patriarca. Yo vi en este gesto - y estoy seguro que así lo
entendía el pontífice - la decisión de concluir la era del poder temporal de
los papas, un poder que estaba representado por una de las tres coronas de la
tiara (dicha también por esto "trireino"). O sea, no era un
gesto cualquiera, sino. más bien, una decisión estratégica meditada. Es
necesario precisar que de hecho ningún papa después de él se ha presentado en
público con la tiara en la cabeza. Se puede suponer que Pablo VI haya querido
expresar algo sobre la eliminación definitiva de este arrogante símbolo de
poder, también político, del papado.
- EL PRECIO POR BUSCAR MAYOR UNANIMIDAD
CONCILIAR
Cierto, debemos
admitirlo, el papa Montini se encontraba en una situación incomoda: debía
intentar tener unido el Concilio, agitado por tendencias opuestas. Desde este
punto de vista, se puede comprender su intento de hacer aguar los textos
conciliares al punto de hacerlos aceptar por las minorías conciliares, firmes
en posiciones eternamente conservadoras. Todavía, se debe destacar, a mi
juicio, que a menudo su obra de mediación terminó por limitar o cancelar la
libertad del Concilio y, sobre todo, difirió al futuro
problemas que más tarde reventarían, provocando consecuencias desastrosas.
Montini estaba obsesionado por la búsqueda de una unanimidad moral sobre todos
los textos conciliares: noble propósito, que sólo habría adormecido, mas no
cancelado, tensiones punzantes.
- DOS VISIONES ECLESIOLOGICAS EN LUMEN GENTIUM
En los textos
conciliares - en particular en la Lumen gentium - se sobreponen dos visiones
eclesiológicas: una, legada al Concilio de Trento y al Vaticano I que ve la
iglesia como "sociedad perfecta", casi
una pirámide con el romano pontífice en el vértice. Digamos, una visión jurídica de la Iglesia. La otra visión, al contrario,
ve la Iglesia como "comunión", como pueblo en camino en
la historia para anunciar el evangelio apretando las manos de todas las
personas de buena voluntad, decidida a hacer su parte, sin pretender la
primogenitura, para favorecer la paz y la justicia en el mundo.
Más que escoger
entre estas dos visiones, el
Concilio las sobrepone, las mezcla. Pongamos un ejemplo. En el primer
esquema sobre la constitución de la Iglesia, preparado sustancialmente por la
Curia romana, el segundo capítulo estaba dedicado a la jerarquía y el tercero
al pueblo de Dios. Pero, al final, la Lumen gentium cambió el orden: el pueblo
de Dios al segundo capítulo, la jerarquía al tercero. Pero mientras el segundo
capítulo abre amplios horizontes y parece recalcar la eclesiología de comunión,
el tercero tiene un sabor
diverso, otro ángulo de vista, y está plagado de una visión jurídica. Por lo
que, aun afirmando la colegialidad episcopal, la limita en todos los sentidos.
Por tanto, a
pesar de que en las intenciones de Juan XXIII el Concilio hubiera debido tener
solo objetivos pastorales, sin enfrentarse con problemas doctrinales y
teológicos, en realidad esta representación de la Iglesia como "pueblo de
Dios" y misión universal de salvación representó una verdadera revolución
teológica. La Iglesia no seguía presentándose como una especie de "Arca de
Noé" para la salvación de los predestinados, mientras todos aquellos que
estaban fuera de la Iglesia eran considerados - la expresión es de S. Agustín -
massa damnata, sino que se convertía en una comunión de discípulos llamados a
anunciar el Evangelio a toda la humanidad hacia la salvación universal.
- LOS DOCUMENTOS – MÍNIMO O MÁXIMO?
Aparte de todo, los documentos conciliares están
diseminados de limitaciones: los obispos podrán hacer, si el papa
consiente... los laicos podrán hacer, si el obispo permite... Esto y aquello se
podrá hacer pero solo si los tiempos lo permiten...
Con estas
premisas, ¿qué sucede cuando los padres, terminado el Concilio, vuelven a casa?
Algunos consideraban que cuanto era afirmado por el Vaticano II era el máximo
que se podía conceder; y por tanto se aplicaron a terminar con toda perspectiva
innovadora. Otros, por el contrario, eran del parecer de que el Concilio hubiese
dicho el mínimo que se podía decir para que todos aceptaran, dejando después a
las Iglesias locales dar ulteriores pasos hacia adelante. Los unos y los otros
podían encontrar en los textos conciliares las frases que sostenían ambas
tesis.
- LOS SÍNODOS EPISCOPALES FUERZA O SUBSTITUTIVO PARA LA
COLEGIALIDAD?
En su conjunto,
la Curia romana bajo Pablo VI hizo todo el posible para normalizar la situación
y de-potenciar el Concilio.
En particular fue de-potenciada la actuación de la colegialidad episcopal: de hecho,
el Sínodo de los obispos, instituido por el papa mientras iniciaba la cuarta
sesión, y por tanto substrayendo al Vaticano II un debate sobre un argumento
tan capital, no es una verdadera actuación de la colegialidad episcopal,
(¡pensad que el motu proprio Apostolica Sollicitudo con
el que el papa instituye el Sínodo no cita nunca la Lumen gentium!). Pablo VI concibe el Sínodo como
un organismo para "aconsejar" al papa, que se siente libre de acoger
o rechazar las propuestas de la Asamblea. Y, en la actuación práctica,
las Asambleas sinodales han sido articuladas en modo de atenuar la libertad de
los obispos, aunque a veces como en el Sínodo del 1971 que afrontaba el tema
del sacerdocio ministerial, algunos padres tuvieron el coraje de hablar de
argumentos tabú, como los viri probati, e incluso los ministerios femeninos.
Más aún: nada se
ha hecho para concretar la afirmación conciliar de la Iglesia como "pueblo
de Dios". Sería
completamente lógico que puesta la premisa se hubiera creado una especie de Senado
de la Iglesia católica, donde estuvieran representados obispos, sacerdotes,
monjes, monjas, religiosos, religiosas, laicos, hombres, mujeres, para debatir
juntos los grandes problemas. O, mejor, al lado de cada Conferencia episcopal
(que reúne las Iglesias locales de una nación o de un territorio) debería
existir este Senado, que enviaría un representante al Senado de la Iglesia
católica.
Algunos padres
"progresistas" sobre determinados argumentos, se revelaran
"conservadores" sobre otros. El ejemplo más evidente fue el de los
obispos estadounidenses, cerrados a temas como la pena de muerte o el armamento
atómico y bien firmes sobre la autoridad monárquica del Papa, se rebelaron más
tarde innovadores sobre el
tema de la libertad religiosa (Objeto de la "Declaración conciliar"
Dignitatis humanae) porque habían nacido y crecido en un país donde a
los inmigrantes irlandeses, italianos, latino-americanos, aun siendo
despreciados, les viene siempre reconocida la libertad religiosa.
[1] Les contaré una experiencia personal. Cuando nos enteramos de la decisión
del papa de reservarse la decisión sobre el celibato sacerdotal, un padre
conciliar colombiano que estaba muy cerca de mi me dijo en italiano:
"padre abad, yo tengo solamente ocho sacerdotes diocesanos, todos
concubinos, ¿que debo hacer, echarlos todos a la calle y quedarme sin
sacerdotes? Yo vine al Concilio solo por este motivo.." Yo, "moderado",
intenté calmarlo diciéndole que esperaba que el Santo Padre hiciera su parte...
Si el papa hubiera dejado plena libertad al Concilio, quizás se habría abierto
la brecha hacia una reforma. Pero el papa decidió, y
los padres conciliares no tuvieron el coraje de insistir para mantener la
libertad de discutir sobre aquel espinoso tema.
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